Época: Aragón Baja Edad Media
Inicio: Año 1412
Fin: Año 1458

Antecedente:
Los Trastámara de la Corona de Aragón

(C) Josep M. Salrach



Comentario

El rey Fernando I, el primer Trastámara de la Corona, reanudó, con nuevo empuje, la política mediterránea tradicional: envió embajadas al sultán de Egipto (1413 y 1414) en un intento de reimpulsar las relaciones marítimas con Ultramar; reforzó los vínculos con el Norte de Africa; se sirvió de sus antiguas buenas relaciones con Génova, producto de la regencia castellana, para firmar treguas con esta ciudad (1413 y 1415) a fin de tener las manos libres en Cerdeña; pacificó y retuvo Sicilia y Cerdeña, que durante el interregno habían mantenido escasos contactos con la Corona y, mediante negociaciones diplomáticas, apoyó las relaciones mercantiles de sus súbditos con Nápoles.
La novedad fue el flanco peninsular donde el nuevo rey de la Corona y regente de Castilla tenía sólidas posiciones (grandes propiedades y fuerza política), que utilizó con la manifiesta pretensión de establecer una especie de control familiar sobre el conjunto de la Península. No de otro modo se explican los enlaces familiares que proyectó: casó a su primogénito y heredero de la Corona, Alfonso, con María, hija de Enrique III de Castilla; prometió a su segundo hijo, Juan, con la princesa Isabel de Navarra (Juan acabaría casando con la reina Blanca de Navarra); y destinó a su tercer hijo, Enrique, maestre de Santiago, y jefe de la nobleza castellana, a controlar el gobierno de Castilla con el respaldo de sus hermanos mayores y la ayuda de los menores (Sancho, maestre de Alcántara, y Pedro). Finalmente, sus hijas María y Leonor casarían con los reyes Juan II de Castilla y Eduardo I de Portugal, respectivamente.

Muerto Fernando I (1416), Alfonso el Magnánimo heredó estas directrices, pero, más atraído por la política mediterránea, acabó relegando a un segundo plano los intereses familiares en Castilla, donde, por otra parte, las dificultades para satisfacer sus pretensiones de dominio eran mayores. En efecto, a la muerte de Fernando I, la nobleza castellana quiso apoderarse de la regencia del joven Juan II, pero la reacción de los infantes de Aragón (Juan y Enrique) se lo impidió (1417). Juan y Enrique gobernaron Castilla hasta la mayoría de edad del rey, en 1419, en que comenzaron los problemas entre ellos. Aprovechando la ausencia de Juan, que estaba en Pamplona para su boda con la princesa Blanca de Navarra, Enrique de Aragón secuestró al monarca (atraco de Tordesillas, 1420), se casó con su hermana, la princesa Catalina, y se hizo el amo de la situación. Tal acto de fuerza provocó una alianza circunstancial entre su hermano, Juan de Navarra (rey consorte desde 1425), y una coalición nobiliaria hostil al partido aragonés, encabezada por Alvaro de Luna, que liberó al monarca y le derrotó. Enrique de Aragón cayó prisionero y perdió sus bienes y cargos (1423), mientras sus partidarios buscaban refugio en la Corona de Aragón donde solicitaron la ayuda del Magnánimo.

A pesar de sus intereses contrapuestos, Juan de Navarra (que aspiraba a controlar personalmente el gobierno de Castilla) y el condestable Alvaro de Luna (que pretendía reforzar la autoridad real) mantuvieron su alianza hasta que Alfonso el Magnánimo, desde Valencia, trabajó para rehacer el partido de los infantes de Aragón en Castilla y llevar a la concordia a sus hermanos. Rehecho el frente aragonés, los infantes se conjuraron con los grandes (Toro, 1427) e impusieron a Juan II de Castilla el destierro de Alvaro de Luna (1427), que se había convertido en la fuerza actuante de la monarquía.

Dueños de Castilla, los infantes de Aragón no fueron capaces de administrar su victoria. Las ambiciones personales afloraron en su bando debilitándolo y propiciando el regreso del Condestable (1428). Sería el principio del fin del partido aragonés en Castilla, puesto que Alvaro de Luna, que había aprendido de la experiencia, fomentó las deserciones en las filas aragonesas a base de repartir cargos y honores, prometer el futuro reparto de las inmensas riquezas de los infantes y ganar el apoyo de las Cortes. Cuando los infantes de Aragón quisieron reaccionar ya era demasiado tarde, y la mayoría de los nobles castellanos juraba fidelidad a su rey (1429) y seguía al Condestable. Alfonso el Magnánimo intentó entonces movilizar los recursos de la Corona y comprometerla en una imposible guerra con Castilla (1429) que, al poco de empezar, concluyó con una tregua (Majano, 1430) y la definitiva expulsión del clan aragonés de Castilla.